Diferentes, pero no enemigos
9 octubre 2018Compartir por email
Compartimos este artículo de Sergio Sinay, porque nos parece que apunta claramente a dos cuestiones fundamentales: la relación entre los géneros no puede devenir ni en una igualación que desconozca diferencias que existen (biológicas, fisiológicas) ni en la construcción arbitraria de diferencias que no existen (¿las mujeres manejan peor que los hombres?) para someter a las mujeres, hacerlas vulnerables y arrebatarles las posibilidad de decidir, que es justamente lo que se ha hecho históricamente. Ambas cosas son formas de discriminación.
Afortunadamente, por el laborioso camino recorrido, esto y la reivindicaciòn del justo trato a las mujeres, empieza a ser comprendido ¡por fin! por los hombres. Un caso destacable es el del embajador francés en la Argentina, Pierre Henri Guignard, que se declara abiertamente feminista.
Por otro lado, es atendible la prevención respecto de que las necesarias reivindicaciones no deberían terminar en una opresión de signo contrario al que existe: una suerte de machismo de mujeres.
Un sendero entre costados que, como bien señala Sergio Sinay, debemos estar cuidadosos de no morder, para que se trate de un avance verdadero.
He aquí el artículo completo:
“Aunque suene fuerte hoy, la cuestión del acoso sexual había despuntado ya a fines de los años 70, impulsada en parte por tres feministas radicales estadounidenses y sus libros, publicados entre 1975 y 1981. Ellas son Susan Brownmiller (autora de Contra nuestra voluntad: hombres, mujeres y violación), Catherine MacKinnon ( Acoso sexual a las mujeres que trabajan y Hacia una teoría feminista del Estado) y Andrea Dworkin (1946-2005), autora de Pornografía: hombres poseyendo a las mujeres. MacKinnon y Dworkin, trabajando juntas, abanderaron un movimiento para el cual la sexualidad hace de las mujeres una clase oprimida por los hombres. Dworkin comparó a las mujeres con los sobrevivientes de los campos de concentración, y MacKinnon, brillante abogada, consiguió que, en 1986, la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos calificara el acoso como una forma de discriminación sexual.
Frente a ellas, feministas liberales, como la prestigiosa antropóloga Gayle Rubin, criticaron esa estrategia, en la que veían riesgos de fundamentalismo y una declaración de guerra contra los hombres y el género masculino en su totalidad. Pasaron cuatro décadas y, en la temática de género, persisten confusiones que en nada contribuyen a una verdadera equidad. Importa señalarlo. Equidad antes que igualdad, porque la igualdad a menudo pretende borrar diferencias que son, además de imborrables, necesarias y complementarias. En tanto la equidad respeta esas diferencias y propone idéntico trato y un abordaje justo en las cuestiones que convocan a ambos sexos en lo social, lo familiar, lo político, lo económico, lo laboral y, claro que sí, lo amoroso.
Sexo y género no son lo mismo, y esta es una confusión crucial. Nadie elige su sexo desde el punto de vista biológico. Ni las características que, desde esa misma perspectiva, corresponden a cada sexo. Nacemos como machos o hembras de la especie. Luego nos convertiremos en hombres y mujeres, a través de un proceso evolutivo que incluye la construcción de la identidad, la educación, la adopción y vivencia de valores y una larga serie de elecciones de orden personal e intransferible. El género es una construcción cultural y se transforma en fuente de enfrentamientos y malentendidos cuando se consideran naturales atributos que la cultura y la sociedad de un momento histórico atribuyen a uno y otro sexo. Por ejemplo, que la maternidad sea obligatoria para las mujeres (a riesgo de ser consideradas anómalas si no pueden o no quieren ejercerla) y que la paternidad sea materia de elección para los hombres (mientras el éxito económico se les plantea como obligatorio) no es un dictamen de la naturaleza, sino una construcción cultural que se transmite como mandato a través de mensajes sociales y familiares. Es solo un botón de muestra, pero explica por qué, cuando se mira con cristales que opacan, la relación entre hombres y mujeres dista de ser un vínculo de cooperación e integración de lo diferente y complementario (lo que enriquecería la experiencia humana de unos y otras) para limitarse a una batalla que solo puede tener perdedores. Y mutilados: porque la trampa de los géneros reduce a cada uno de los sexos a la mitad, o menos, de su potencial como ser humano.
[A propósito de esta determinación arbitraria de roles, sugerimos a modo de complemento la colección “Yo soy igual”, de la Librería de Mujeres Editoras, compuesta por seis cuentos, que recogen la experiencia de niñas y niños cuyas mamás ejercen oficios o profesiones históricamente asignadas a los hombres. También, artículos anteriores de esta misma sección, como “Aspiraciones, aspiradoras y viejos estereotipos femeninos”, “Carretillas y máquinas de coser…”, “Amas de casa ¿o esclavas domésticas?”, y “Bañxs de Damxs y Caballerxs”]. También, sobre el mismo tema, nuestra charla en Educación Hoy con Victoria Pereyra Rozas, coordinadora de la Librería de Mujeres Editoras.
«La diferencia de los sexos es un hecho, pero no predestina a roles y funciones», escribía hace 15 años la historiadora y filósofa francesa Élisabeth Bádinter en “Hombres/Mujeres: cómo salir del camino equivocado” Agregar editorial y lugar y año de edición. Este lúcido ensayo propone lo que hoy semeja un objetivo distante. No cambiar un discurso dominante por otro, sino convertir la diversidad y las diferencias reales (no las fabricadas por la cultura) en el potencial de una más plena experiencia femenina y masculina.
[Sobre esta referencia a la conversión arbitraria, artificial y violenta de las diferencias reales en un determinismo de roles, funciones y colores, cabe el ejemplo de la campaña de Carrefour, irónicamente empresa tan francesa como Élisabeth Bádinter, para el pasado “Día del Niño”. La misma, cuyas fotografías agregamos al final, consistió en organizar los juguetes según el género al que según su perimida concepción “corresponden”.
Por si fuera poco, pintó los anaqueles de unos y otras con celeste y rosa y lo remató con un juego de palabras en el que perdemos todos: “C de Campeones” y “C de cocineras”.
Así, no solamente definió los roles, un corset violento de por sí, sino que los calificó en la escala del prejuicio sobre el éxito en la vida, que parece reservado exclusivamente a los varones].
Por Sergio Sinay, para La Nación Revista, del domingo 8 de julio de 2018
La imagen es de Enríquez, y corresponde al artículo.
Las cursivas entre corchetes son nuestras.
La imagen es de http://www.periodistadigital.com
Algunas propuestas para trabajar con los alumnos en clase sobre este tema:
Les recomendamos escuchar la entrevista que realizamos en nuestro programa de radio Educación Hoy a Victoria Pereyra Rozas, coordinadora de la Librería de Mujeres Editoras, para contrastar con la campaña de Carrefour los postulados de los materiales que esa editorial produce. Por ejemplo: ¿Qué representaciones de género deja afuera la campaña del supermercado?
En el artículo Bañxs de Damxs y Caballerxs se plantea una igualdad en el uso del espacio del baño en las instituciones. De acuerdo a lo visto en este artículo:¿Consideran que esa propuesta se vincula con un trato más equitativo entre géneros antes que igualitario, o viceversa?