Alejandro Ganimian: “Entregar netbooks a las escuelas no ha tenido efectos positivos y, en algunos casos, fue negativo”Vigente
Es una de las voces argentinas más escuchadas sobre pruebas estandarizadas de educación. Con respecto a la evaluación docente, afirma que “estaría bueno que fuera participativa: que los mismos docentes dijeran con qué herramienta les gustaría que los evaluaran”.
25 septiembre 2018Compartir por email
Hay algo que no parece coincidir entre la trayectoria académica y la edad del argentino Alejandro Ganimian. Empecemos por la trayectoria: Ganimian, experto en Estadística Educativa, se doctoró en Harvard, hizo una maestría en Cambridge, y estudió en Georgetown. Fue consultor de organismos como el Banco Mundial, el BID, la Fundación Bill y Melinda Gates, entre otros. Vivió dos años en Nueva Delhi, India, donde trabajó con los principales expertos en evaluaciones aplicadas. Ahora investiga en la Universidad de Nueva York y es la voz argentina más escuchada sobre pruebas estandarizadas de educación.
La edad: 34 años.
Ganimian pasó por Buenos Aires y participó de la conferencia “Tecnologías en educación: ¿cómo pueden mejorar el aprendizaje?”, organizada por Educar 2050 y J-PAL LAC. Allí conversó con Clarín.
Señas particulares. Alejandro Ganimian es argentino y tiene 34 años. Estudió Política Internacional en la Universidad de Georgetown, hizo una maestría en Investigación Educativa en Cambridge y un doctorado en Análisis de Políticas Cuantitativas en Educación, en Harvard. Fue consultor de organismos internacionales como la Fundación Bill y Melinda Gates, el Banco Mundial, el BID, GRADE y PREAL. Ahora es profesor e investigador en la Universidad de Nueva York. Sus investigaciones se enfocan en los sistemas escolares de países de bajos y medianos ingresos.
-¿Sirven para algo las pruebas estandarizadas y para qué?
-Sí, sirven para tener un diagnóstico del nivel de desempeño global del sistema educativo nacional y provincial. También para darnos una idea, dentro de cada una de las materias, en qué nos va mejor y en qué peor. Eso te puede dar información sobre a qué prestar atención en el diseño curricular; o si se necesita reforzar la capacitación docente en ese tema; o si la forma en que estamos enseñando estos temas tendría que cambiar. Es un disparador de preguntas a hacerse dentro del sistema educativo. Y obviamente lo otro que te permite es la comparación en el tiempo. No creo que sea un uso correcto evaluar una política pública o una gestión política en particular.
-Y el Estado, ¿usa bien los datos que proveen este tipo de instrumentos?
-Mi impresión es que ayuda mucho lo que se empezó a hacer con la presentación de los resultados de las pruebas Aprender de las provincias. Eso baja la ansiedad con respecto a la evaluación, se entiende el formato, cómo se califican y qué cosas hay para mejorar en aspectos técnicos. Veo que algunos funcionarios provinciales empiezan a compartirlo con directores, docentes y alumnos. Además, los informes por escuela ayudan bastante a socializar los resultados. Y una última cosa a resaltar es el tiempo de procesamiento. Con el anterior gobierno hacíamos presión para que presentaran los resultados, y no lo lográbamos. Entonces, no sé si se están aprovechando los resultados tanto como se podría, pero mi único punto de comparación es el momento reciente de nuestra historia y la tendencia parece ser positiva.
«Si acá se publicaran datos de las pruebas estandarizadas por escuela, más resistencia tendrían», opina Alejandro Ganimian, experto en educación (David Fernández).
-Hoy la ley prohíbe difundir resultados por escuela y hay proyectos para cambiar la ley. ¿Cuál es su posición?
-Creo que hay una tensión en nuestro país que es importante reconocer, independientemente de la evidencia científica. Hoy si se publicaran los datos por escuela, comparada con otra escuela, más resistencia vas a tener. Por eso, sería muy inocente empujar solamente por la publicación de los datos, sin entender que esa publicación llevaría posiblemente a un nivel mayor de resistencia. Además, hoy ciertos segmentos de la población tienen información –informal- acerca de la calidad de las escuelas a las que van sus hijos. Puede ser incorrecta, puede ser que se estime por el nivel socioeconómico de las otras familias, por ejemplo. Pero los padres de una clase media pueden visitar unas 10 escuelas antes de elegir la de sus hijos. Mientras que en otros sectores no. Yo trabajé en un programa en Villa La Cárcova, allí está la Escuela 51 y punto. Los padres pueden hablarte acerca de cuán buena es, si se cayó el techo o no, si hubo un caso de violencia escolar, pero la verdad es que, a no ser que quiera mandar al chico en un colectivo a otro barrio, no tiene mucha opción de escuelas para elegir. Ahora, desde el punto de vista de la evidencia científica, estudios que se hicieron en nuestro país u otros, cuando vos compartís información acerca de cómo le va a tu escuela con respecto a otra escuela, ¿qué pasa? En sistemas educativos con altísima participación de escuelas privadas, lo que pasa son dos cosas: o las escuelas intentan mejorar la calidad o si cobran aranceles te tratan de bajar el arancel para compensar por la falta de calidad. Esto pasa en un país como Pakistán, por ejemplo. En Chile, el nivel de desempeño de las escuelas estaba tan correlacionado con el nivel socioeconómico de los estudiantes que al final ellos cuando empiezan a publicar y evaluar el efecto de publicar esa información en diarios, no encuentran ningún tipo de efecto de mejora de la calidad. Y en Brasil, en algunos lugares parece haber contribuido a la segregación: los que saben aprovechar esa información un poco más se agrupan en las escuelas de alta calidad y los que no saben, en las de baja calidad. Pero lo cierto es que hoy no tenemos información. Me encantaría hacer algún experimento con respecto a los informes de Aprender para entender cómo afecta recibir información no sólo sobre tu escuela, sino tu escuela comparada con otras escuelas, con otro departamento o con el resto de la provincia. Creo que nos falta generar un poquito de evidencia antes de empujar a la publicación de esos datos. Necesitamos un debate en serio y no “a vos te parece”, “a mí me parece” y él tiene otra opinión.
– ¿Es decir que los proyectos de ley, que incluso fueron impulsados por el Presidente, ahora no son necesarios?
– No digo que no es necesario. Generemos evidencia. Cuando te duele la cabeza, vas a al médico y le preguntás qué tomar. Pero antes se hizo un estudio aleatorio, para ver si ese remedio servía para tu dolor de cabeza. ¿Por qué en educación pensamos que no tenemos que hacer estos estudios? A mí me parece genial que demos el debate. Pero que generemos evidencia para alimentar ese debate.
-Sé que lo has estudiado: ¿se puede medir la efectividad de los docentes en un sistema educativo?
– En Estados Unidos hay un montón de estudios que intentan medir todo. Imaginate el indicador que vos quieras: conocimiento de tu materia, conocimiento pedagógico de tu materia, tus notas en la secundaria, tus notas en la universidad, examen de ingreso en la universidad. Todas estas cosas y otras más tienen un valor predictivo muy bajo con respecto a cómo se desempeña un docente una vez que está en el aula. Por eso en Estados Unidos se los observa. Hay tres herramientas. Por un lado las observaciones de clase: se han desarrollado protocolos de observación de clases muy sofisticados. Otra herramienta son las encuestas a estudiantes. La tercera se llama valor agregado. Se evalúan los estudiantes de un docente y se los compara con otros que tuvieron la misma composición de estudiantes, nivel socioeconómico, cantidad de mujeres versus varones, grupos étnicos, etc. Creo que combinando las tres herramientas se puede tener indicación, no sólo para tomar decisiones de personal sino para darle retroalimentación al docente.
-¿Debería servir para un desarrollo de carrera, posible ascenso, mayor remuneración económica?
-Muchas personas se lo preguntan. Pero no hay evidencia científica que diga que eso funciona. En Estados Unidos, donde se experimentó mucho, hay estudios de impacto positivo, otros negativo y otros de impacto neutro. Además, los problemas de implementación serían muy grandes. Los docentes se resisten, no tenés suficiente personal para administrar eso, o la tecnología te falla, cambia la administración y se dejan de usar. Creo que tenemos que tener cuidado. Estaría bueno que nuestro sistema de evaluación de los docentes fuera participativo, que los mismos docentes dijeran con qué herramienta les gustaría que los evaluaran.
– Has estado investigando la efectividad de la tecnología en el aula. ¿qué encontraste?
– Este es un tema muy “sexy” para los tomadores de decisiones de políticas educativas. Porque se pueden sacar la foto con la netbook. Y además es empujado por el sector privado. Entonces hay mucho ímpetu en entregar computadoras. Pero si te fijás en la evidencia es bastante deprimente. Entregar netbooks no sólo no tiene efecto positivo, sino que en algunos países, algunos casos, ha tenido efecto negativo.
– Por ejemplo…
– Por ejemplo en Rumania, a los chicos les fue peor en tres materias: rumano, inglés y matemática. ¿Por qué? Porque usaban los juegos, y pasaban menos tiempo estudiando. También se investigó en Perú y descubrieron algo muy similar: los chicos reportaban usar menos el tiempo para estudiar y mucho más para jugar. Tenía 40 aplicaciones dentro, no es que no habían pensado en darles material. Los chicos usaban lo que querían usar. En Costa Rica pasó algo muy similar. Lo que yo estoy investigando ahora es ¿qué tipo de software pueden ayudar al aprendizaje? Unos enfatizan en la personalización, otros en el feedback. Hay programas que te dan un feedback diferente a vos, que a mí. Hay otros programas que no enfatizan ni en la personalización ni en el feedback sino en la práctica, no te permiten progresar a la unidad dos si no completaste todo lo de la uno satisfactoriamente.
– Pero el software con el que vienen esas computadoras, ¿no tiene este enfoque?
– Si, tienen. El tema es cómo hacés que los estudiantes lo usen. Y posiblemente hay softwares más positivos que otros.
De Ricardo Braginsky, para Diálogos a Fondo, de Clarín del 29 de julio de 2018