Colectivos machistas
28 mayo 2019Compartir por email
Esta vez volvemos a nuestro hilo sobre la discriminación de género en el mundo del transporte público. Lo hacemos porque consideramos que ese ámbito constituye uno de los reductos más representativos de la resistencia machista y porque tiene una enorme capacidad de amplificación, confirmando prototipos discriminatorios o, llegado el caso, exhibiendo su deconstrucción.
“Manejar”, “Conducir”, “llevar a destino”. No hay dudas de que el transporte público configura un ámbito de poder, que ejercen las personas que llevan o transportan sobre las que somos llevadas o transportadas. Siempre hemos conceptualizado la violencia machista como una cuestión de poder. Así que donde hay poder o fantasía de poder, miramos con atención, porque es muy probable que haya también machismo.
Todos los días vemos decenas de colectivos manejados por colectiveros y ninguno (alguno, con suerte) manejado por mujeres. Pasa lo mismo con los taxis y con el subte. Esto naturaliza la discriminación, la vuelve parte del paisaje, una cosa de todos los días, y así facilita su extrapolación a otros ámbitos y actividades. Por lo tanto, es enorme su eficacia simbólica. Por esta razón, estamos pendientes de las políticas públicas igualitarias en ámbitos como este.
En el último tiempo hemos visto algunos avances en el sentido de la igualdad en este sector. Un caso señero fue el de Erika Borda, a cuyas alternativas dedicamos ya un artículo. Ella logró una resolución judicial de alto nivel, un fallo de la Cámara de Apelaciones del Trabajo que ordenó a las tres compañías demandadas contratar al menos un 30% de choferes mujeres.
Criticamos, como siempre, el recurso al 30%, que funciona en la práctica más como techo que como piso en una sociedad en la que más del 51% son mujeres
Lo bueno es que, con sus limitaciones, la decisión del tribunal se está poniendo en práctica. Desde comienzos de año, una resolución de la Secretaría de Trabajo de la Nación creó el Registro de Mujeres Aspirantes a Choferes de Colectivo (REMACC) y ordenó un trámite administrativo para que las empresas de transporte prueben, con intervención de la AFIP, la nómina anual de sus contratados (y contratadas).
Mientras estas reformas se abren camino, aparecen las resistencias. Nos llamó la atención, por ejemplo, la reacción (bien reaccionaria) del dirigente sindical Manuel Cornejo, titular de la UTA (Unión Tranviarios Automotor) de la ciudad de Rosario, que después de declararse a favor de que las mujeres manejen colectivos, las fulminó con un prejuicio muy eficaz: “el trabajo de colectivero es muy duro, como el de camionero, y el cuerpo de la mujer no está preparado para eso”. Por supuesto, no acompañó sus afirmaciones con ninguna investigación médica que señalara tal cosa.
¿Es necesariamente “duro” el trabajo de conducir colectivos?, nos quedamos pensando. Más que duro, parece “rudo”, pero eso tendría la misma explicación: la rudeza es una forma violenta de ejercer el poder, y si además es un atributo propio de los hombres (a la mujer ruda se le dice “machona”), se cierra el círculo a la perfección. Los hombres nacieron para tener el poder y para ejercerlo violentamente.
Algo de esto debe haber detrás de la iniciativa “Transporte Bicentenario” de la Municipalidad de Vicente López, una línea gratuita de colectivos, de recorrido corto, pintados con el frente de color rosa y manejados exclusivamente por mujeres, cuya “marca”, al decir de sus propias conductoras, es el buen trato al pasaje: hasta “les cantamos el ‘feliz cumpleaños’ durante el viaje», cuentan.
Más allá de esta puja de rudeza versus amabilidad, que resulta interesante, ¿es realmente integrador, como política pública, la creación de una línea especial conducida por mujeres? Les dejamos la pregunta para conversar en clase con los alumnos. Por lo pronto, a nosotros se nos ocurre que puede resultar una especie de segregación, además de ser apenas un barniz políticamente correcto.
Como complemento, ya que viene al caso, les recordamos la Colección “Yo soy igual”, de la Librería de Mujeres Editoras, dedicada a revisar el carácter exclusivamente varonil de ciertas profesiones y actividades. Hay un título llamado “Mi mamá es taxista” y otro “Mi mamá conduce el subte”.
Esta cuestión nos inspira una reflexión más. Los medios de transporte configuran espacios ajustados de convivencia (o amontonamiento) de un gran número de personas. Dentro de colectivos y vagones se reproducen intensificadas las actitudes discriminatorias de la sociedad. Algo de esto hablamos en nuestra serie sobre Micromachismos, cuando mencionamos el “manspreading”, nombre académico para el despatarre masculino.
Si bien parece un asunto de los pasajeros, el conductor es quien ejerce la función de ordenar esos espacios.¿podrá hacerlo bien un macho alfa? Tal vez sea otra razón para estar a favor de más mujeres manejando menos rudamente el colectivo.
Fuentes para la redacción de este artículo:
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