Estereotipos de género. ¿Y si los chicos los defienden?
18 noviembre 2019Compartir por email
Esta vez compartimos un artículo periodístico que ofrece el relato en primera persona de padres y madres comprometidos en educar a sus hijos desde la perspectiva de la deconstrucción de los estereotipos sexistas.
Puesto que la educación es una tarea compartida en la que intervienen múltiples actores no siempre (o casi nunca) coordinados conceptualmente, el rol de las familias es fundamental para contrarrestar la influencia de otros agentes no desinteresados, como los medios de comunicación y los proveedores de consumos culturales o ideológicos. Más aún, para dar a los niños a lo largo de su proceso formativo las herramientas para analizarlos por sí mismos.
Ahora bien, ¿cómo cumple eficazmente la familia con ese rol clave sin forzar ella también la voluntad de los menores, sobre todo en la primera infancia?
Es una tensión muy difícil de calibrar. Se trata de mostrar a los hijos todas las opciones existentes, pero sin elegir por ellos; de problematizar sus elecciones, pero sin desacreditarlas. De acompañar, no de empujar. Una tarea a la vez ciclópea y artesanal.
El artículo que compartimos es una invitación a pensar sobre estos interrogantes y a preguntarnos sobre cómo los padres puedan evitar repetir con prejuicios nuevas el viejo esquema de trasladar a sus hijos sus propias elecciones.
A continuación, el artículo completo.
“Padres y madres que incorporan el lenguaje inclusivo, que eligen juguetes sin género para que jueguen y colores neutros para vestir a sus hijos. Que regalan cocinitas a ellos y ropa celeste a ellas. Que les transmiten a las nenas que ser princesa es aburrido. Que intentan que sus hijos e hijas no estén condicionados, en definitiva, por estereotipos. Sin embargo, muchas veces, son los mismos chicos los que rechazan terminantemente juguetes por «ser de nena», y muchas nenas que no quieren saber nada con colores que no sean el rosa, o con juegos que no impliquen bebés, tareas domésticas, maquillaje, o disfraces de princesas. ¿Qué pasa cuando son los chicos los se rehúsan a abandonar los roles de género tradicionales?
«Cuando quisimos comprarle una escoba a León no quiso saber nada porque decía que era de nena. Y cuando en casa le ponemos un vaso o plato rosa, nos lo devuelve», cuenta Mariano respecto de su hijo de 5 años. Ante este escenario, lejos de caer en el pinkshaming (término en boga en Estados Unidos y Australia que significa avergonzar a nenas por gustar del rosa), muchos padres aceptan el escenario, sin dejar de ofrecer alternativas: «Nosotros le mostramos opciones en cuanto a colores y juegos a Lola para que ella pueda elegir, y que su elección no esté condicionada. Ella toma, mira, por suerte nos escucha un montón, nos pregunta; pero inevitablemente elige el rosa y el morado, los ama, esos colores son todo en su vida, junto a los unicornios, las princesas, la brillantina», relata María Pérez Vélez, quien junto a su marido, Diego, intentan romper con los estereotipos de género, la mayoría de las veces sin éxito.
De hecho, al contrario de lo que uno creería, sucede que incluso los hijos e hijas de las parejas más interiorizadas en lo que es diversidad de género, que los mandan a colegios catalogados como progresistas en cuanto a estos temas, con consumos culturales alternativos como bandas infantiles que desde lo lúdico abordan estas temáticas (como Canticuénticos, con «Juntes hay que jugar» o Los Raviolis, que se ríen del sexismo con temas como «Macho proveedor»); elijan exclusivamente colores y juegos tradicionales o estereotipados. ¿Por qué ocurre esto?
«Para empezar, tenemos que tener en cuenta que la crianza está multideterminada, es decir, hay muchas variables en juego que pujan. Pensemos que ese niño o niña vive en un contexto sociocultural y económico determinado, va a determinada escuela, interactúa con pares, con adultos que no sólo son sus cuidadores, está inmerso en la cultura constituida por un lenguaje y además accede a medios de comunicación que les llegan con mensajes binarios y patriarcales constantemente. Entonces, cuando los padres dicen ‘yo no lo crié así y sin embargo elige ser princesa o la pelota’, debemos entender que nuestro trabajo en la crianza es constituyente, pero no es lo único que ellos y ellas absorben», sostiene Romina Kosovsky, psicóloga infanto-juvenil.
Jennifer Spindiak y Germán Goldestein saben perfectamente que las elecciones de su hija de 5 años, Julieta, están determinadas por muchas variables además de lo que ellos le proponen, como muchas de las películas o dibujitos que elige ver, la interacción con sus primas más grandes, o el juego que se arma con sus compañeritas del jardín: «La industria del consumo es un monstruo imposible de derrotar, a pesar de que en casa haya diversidad en la elección de los colores, los juguetes, las canciones. Juli desde muy chica pide este tipo de juego estereotipado, juega con sus primas, en el jardín también con otras amigas, que empezaron a llevar desde sala de 3 collares, maquillaje, y toda esa cuestión. Lo tomamos como algo natural, es súper entendible. Ni lo incentivamos ni lo reprimimos, sino que lo charlamos, y le seguimos mostrando que hay otras formas», relata la pareja.
«Los estereotipos de género son difíciles de derribar porque los reproducimos sin advertirlo, porque los tenemos incorporados en nuestras vidas cotidianas, y se van desarmando por partes, por tramos, de manera despareja en distintos ámbitos. Creo que criamos con el ejemplo sostenido en el tiempo, más que con mensajes puntuales. Entonces, en la medida en que podamos vivir genuinamente sin caer en los estereotipos que quisiéramos ver superados, esa es una manera de contrarrestar los patrones discriminatorios que persisten en la cultura y que niños y niñas en ocasiones reproducen», explica Natalia Gherardi, directora ejecutiva del Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA).
En la misma línea, la psicóloga experta en crianza, maternidad y familia Marisa Russomando sostiene: «Creo que la cultura sigue y seguirá operando de la manera tradicional por mucho tiempo. Aún quienes tiene un trabajo reflexivo están influenciados por cuestiones arcaicas que siguen funcionando aún sutilmente», recalca.
¿Ceder o insistir?
Algunas de las preguntas que suelen aparecer son «¿debemos desandar el camino transitado, y comprarles juguetes cuya ideología no compartimos? ¿Cómo afrontar el desafío de responder a sus demandas sin que entren en cortocircuito nuestras ideas en cuanto a la crianza? «Un punto de quiebre fue este año, que para el día de los niños y las niñas le regalamos a Julieta una valijita de maquillaje, que para mí era todo lo que estaba mal, algo que yo no le dejaba hacer; pero me di cuenta de que era algo que ella estaba esperando y cedí a eso, pensando que es un juego, que no por maquillarse va a dejar de tener la apertura de decir, por ejemplo, que cuando sea grande puede que tenga novio o novia», cuenta Jennifer.
María Pérez Vélez lo toma como un una de las etapas del crecimiento de su hija: «Para mí es un momento en el que Lola se esta identificando como nena, y aparte tiene 3, está en una edad en la que está saliendo de ser bebé para ser una nena, entonces cree que todo eso también implica que creció. No me parece que vaya a durar toda la vida, aunque si es su elección esta buenísimo, yo quiero que elija lo que le haga feliz. Por suerte no nos frustramos, aunque a veces sí quisiéramos que sea de otra forma, porque sumando lo que cada una de las amiguitas lleva entre vinchas, collares y brillantina a veces salen del jardín como si salieran de un desfile. Pero bueno, cada uno tiene su procesos.»
Además, si bien la crianza está moldeada por múltiples fuentes, es importante saber que los valores que reciba en casa no pasan desapercibidos: «Si bien estos patrones son difíciles de derribar porque la cultura patriarcal tiene muchos años, es bueno saber que estamos inmersos en un cambio cultural y seguramente nuestros hijos e hijas tengan otra impronta. De todas maneras, tarde o temprano lo inculcado durante la crianza aparece y nos construye. A mí me gusta hablar del proceso de aprendizaje a través de la observación, muy importante en la crianza. Básicamente es que ellos y ellas aprenden más de lo que ven que de lo que se les dice. Eso es un abecé», sostiene Kosovsky.
En esta dirección, María cuenta que a pesar de que su hija Lola elija una gama de opciones que pueden considerarse estereotipadas, percibe que algo de todo lo que le muestran, se infiltra en su juego: «Las princesas que ama Lola luchan, son independientes, son ninjas, no la imagen que nosotros teníamos de Blancanieves esperando un príncipe. Son figuras fuertes, aunque con mucha purpurina y un tul rosa», cuenta.
La australiana serie The let down, que problematiza estas y muchas otras cuestiones respecto a la maternidad y la crianza, muestra en su segunda temporada a la genial Audrey, la protagonista, pintando blanco sobre rosa el cuarto de su beba. Ante la advertencia de su marido respecto a que por ahí a la beba le guste el rosa, ella responde «Puaj, a mí no, y voy a pasar mucho tiempo acá». «Eso se llama pinkshaming, y es avergonzar a una nena por querer rosa», replica él.
Al desalentar con tanto énfasis este tipo de juegos o colores, ¿corremos el riesgo de que no se sientan escuchados, y hasta podamos llegar a avergonzarlos? La respuesta en este sentido es unánime: hacerlos sentir mal por sus elecciones, aunque sea sutilmente, no solo no es recomendable, sino peligroso. «Señalar y avergonzar a una niña o a un niño por su elección es violento, lesiona su subjetividad y probablemente logre solamente dañarlo y de ninguna manera promover una reflexión positiva. Lo ideal es ofrecer opciones, con razones, sin descalificar las elecciones o preferencias de nuestros hijos e hijas, valorando la diversidad y promoviendo la posibilidad de cambiar de opinión», explica Gherardi.
En ese camino está la familia Spindiak- Goldestein: «Lo que estamos transitando es poder poner encontrar un equilibrio entre lo que nosotros queremos para Juli, que pueda pensar o discutir algunas cuestiones sin darlas como obvias, como esto de que hay juguetes, colores o ropa de chicos o de chicas. Prohibirle que se disfrace de princesa no nos parece copado, pero si decirle ‘che viste que igual ser una princesa es re aburrido, no hacen nada en todo el día’, compensarles algo desde el discurso y las lecturas», se explayan.
En un momento en el que viejos paradigmas están cayendo, no es extraño pensar que muchos otros patrones, muy arraigados, se resistan a abandonar nuestra cultura. Será cuestión de convivir con ambos, validando lo que los chicos traigan, mostrando alternativas, y haciendo foco en todo lo que pudo avanzarse”.
Por Ludmila Moscato, para La Nación del 14 de septiembre de 2019.
La fotografía es original del artículo
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