No banalizar el maltrato

La comunicación y la socialización son decisivas para erradicar la violencia machista

14 agosto 2018
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Este artículo del diario español El País que compartimos hace hincapié en un tema que trabajamos desde el principio en esta sección, los estereotipos machistas y la importancia de su desactivación. Puntualmente, refiere al rol de los medios de comunicación en esa tarea.

Podemos adelantar que los medios de comunicación recogen los patrones de conducta y los valores dominantes de la sociedad y los amplifican a través de sus productos, la información y la publicidad. En esta dinámica se explica el llamado del artículo a no banalizar la violencia machista, podríamos decir que ni repitiéndola (aún “desprevenidamente”), ni contribuyendo a su naturalización.

Tener en cuenta que toda referencia al debate sobre la “ley contra la violencia de género” del 2004, corresponde al caso español.

«Noticia no es que el perro muerda al hombre, sino que el hombre muerda al perro”, reza un viejo tópico periodístico. El inconveniente de algunos dichos es que confunden más por tópicos que por viejos. Quizá la simpleza contribuyó a que durante mucho tiempo pasasen inadvertidas ciertas noticias. Unas tristes e infectas noticias en las que los perros mordían a las mujeres. A veces afloró la desatención informativa, contribuyendo a normalizar ignominiosas prácticas que eran cualquier cosa… menos normales. En ocasiones brotó un tratamiento informativo desenfocado: cuando la cobertura se circunscribía a la vertiente sensacionalista y sanguinolenta; o cuando la sevicia machista se revestía de engañosos aderezos como “ataque de celos”, “crimen pasional” y ufanos vecinos que atestiguaban lo “muy educado y muy correcto” que era el maltratador.

El tratamiento informativo y publicitario de la violencia machista conoce un punto de inflexión en los años noventa. En resolución del 20 de diciembre de 1993, la Asamblea General de Naciones Unidas mostraba su preocupación “por el descuido de larga data”, que habían recibido los derechos y libertades fundamentales de la mujer. En 1996, el Consejo Económico y Social de la ONU reparaba en las conexiones existentes entre la violencia machista y la representación que de ésta realizan los medios. Es necesario evitar representaciones estereotipadas. Además de generalizaciones y prejuicios que siempre afianzan los estereotipos, la eficacia (con la que calan) y la rapidez (con la que se extienden) evidencian su peligrosidad. Puesto que los estereotipos sexistas han respaldado el “statu quo desigual”, los agresores encontraban una infame coartada.

[Sobre este punto, traemos a colación  un artículo de esta  misma sección en el  InfoLúminis anterior, con la declaración del senador por la provincia de Córdoba Ernesto Martínez,  quien dijo, en referencia al debate por la ley de extinción de dominio, que se oponía a que “dos o tres señoras gordas con pancartas manejen al Senado”. En ese artículo, nos preguntábamos sobre la capacidad de empatía para tratar (y legislar) sobre problemáticas de la mujer por parte de quien al nombrarlas sólo las utiliza para connotar  peyorativamente, casi como un insulto. Ahora nos preguntamos, con referencia al periodista del caso, ¿por qué dejó pasar sin hacer salvedad alguna semejante afirmación?, ¿no ilustra esto perfectamente a los medios de comunicación que naturalizan la violencia contra las mujeres?.

Podríamos agregar, para hacernos las mismas preguntas, las palabras de otro senador, Rodolfo Urtubey, de la provincia de Salta, que en el debate por la media sanción al proyecto de ley de interrupción del embarazo, espetó: «Hay algunos casos donde la violación no tiene esa configuración clásica de la violencia sobre la mujer, a veces la violación es un acto no voluntario con una persona que tiene inferioridad absoluta de poder frente al abusador, por ejemplo en el abuso intrafamiliar, donde no se puede hablar de violación pero tampoco se puede hablar de consentimiento, sino de una subordinación, de una sujeción».

Sobre este mismo tema, volvemos a sugerir la lectura de nuestras entradas sobre Gelblung y Lanata, también comunicadores sociales, que repiten estereotipos como el de la famosa “Doña Rosa”, volviéndolos por el hecho de repetirlos, más fuertes y eficaces].

Para ese cambio de tendencia en la comunicación de la violencia machista, en España se añade un trágico aldabonazo: en diciembre de 1997 es asesinada Ana Orantes. Su exmarido la mató 13 días después de que ella apareciera en televisión, relatando cuatro décadas de vejaciones y maltratos. La narración de esa larga tortura y la vil venganza del torturador causaron más mella que de costumbre.

Frente a la violencia machista, la información y la publicidad desempeñan un papel esencial. Un papel que puede ser negativo o positivo, pero que resulta crucial en ambos casos. Ha existido (por desgracia aún afloran ciertos vestigios de esa deriva) una comunicación que normaliza, justifica o banaliza el maltrato. Pero también existe (por suerte va siendo la pauta dominante) una comunicación que combate ese maltrato. Ambos caminos forman parte de la socialización que nos envuelve. Esa educación a todos nos alcanza. Dado que no solo incide la educación reglada, dado que no solo educa la escuela o la familia, será decisivo el cometido de los medios. Por eso resulta pertinente que la ley contra la violencia de género (aprobada en 2004 por unanimidad en el Congreso) aspirase a un enfoque “integral y multidisciplinar”, en el que “el proceso de socialización y educación” fuese piedra angular. No puede extrañar que desde el propio preámbulo se abogue por una publicidad que respete “la dignidad de las mujeres” y su derecho a una imagen ni “estereotipada” ni “discriminatoria”. En esa línea, la ley despliega todo un capítulo II “en el ámbito de la publicidad y de los medios de comunicación”.

Theodor Adorno nos avisó de que “la normalidad es la enfermedad moral” del siglo XX. Esa enfermedad (extendida, socializada) fue muy constatable en relación a la violencia machista. Se presumía tanto su normalidad, se percibía como algo tan lógico y rutinario, que hasta perdió su carácter noticioso; y cuando era noticia, como se apuntó, el desenfoque hacía de las suyas. Esos relatos enfermizos protagonizaron buena parte del discurso mediático, y repercutían en una sociedad que también asumía el sometimiento como algo cotidiano y natural: “Mi marido me pega lo normal” (por recordar el elocuente título de Miguel Lorente) era el estremecedor testimonio de aquella rutina que no alarmaba.

Hubo un discurso que prefirió silenciar, edulcorar o amparar la violencia de esos perros mordedores. Esos relatos normalizadores no han quedado por completo erradicados. Y además, toca seguir vigilantes para que otras normalidades contemporáneas (más sutiles y disimuladas, pero no por ello inofensivas) no nos chirríen a la vuelta de los años. Resulta vital, literalmente vital, que la normalidad no vuelva a ser la podredumbre ética del siglo XXI.

Por Óscar Sánchez-Alonso, para El País, de España, del 25 de noviembre de 2016.
Óscar Sánchez-Alonso es doctor en Comunicación y profesor universitario en la Facultad de Comunicación de la UPSA (Universidad Pontificia de Salamanca).
La imagen es de SIPE
Las cursivas entre corchetes son nuestras.

 

Algunas preguntas para trabajar con colegas y alumnos

¿Qué representaciones sociales que naturalizan la violencia contra la mujer pueden identificar en los medios de comunicación? ¿Qué ejemplos encuentran? ¿Qué discursos y posiciones encuentran en los medios de comunicacion que nos presenten otros modelos frente a esas representaciones? ¿Pueden reunir  ejemplos concretos y los discutimos en clase o en las reuniones con nuestros colegas?

¿Qué mensajes en la publicidad y dichos habituales en la gente pueden identificar que convaliden diferentes formas de maltrato hacia la mujer?

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