Atlas cultural de la Argentina
Compartir por email
En 1492 se produjo uno de los momentos clave de la historia universal: comenzaba el avance y expansionismo europeo sobre el continente americano. En 1507 se conoció un mapa planisférico generado por el alemán Martin Waldseemüller, quien por primera vez llamó América a las tierras transatlánticas a las que habían arribado los europeos. Sin embargo, aquel nuevo mundo existía desde hacía siglos.
Este hecho prueba que la cartografía es, como otros saberes y disciplinas, una fuente de representación, pero también de dominio sobre los objetos bajo estudio. En nuestro humilde caso, el Atlas Cultural de la Argentina se propone analizar los diferentes sectores culturales a lo largo y ancho del país con el objetivo de visibilizar la enorme heterogeneidad y potencial de la cultura argentina.
La concentración económica en el Gran Buenos Aires, producto de históricas desigualdades en nuestro país, tiene su correlato en la producción cultural, restringiendo los canales de circulación, estandarizando los contenidos e imponiendo un canon excluyente y centralista. El Atlas revela, además, que en algunos de los grandes centros urbanos del país como Rosario, Córdoba, Salta, Mendoza o Neuquén-Cipolletti se replica, a escala regional, una similar centralidad socioeconómica y cultural en sus respectivas áreas de influencia.
El Atlas nos permite descubrir ciertos pliegues que dotan de espesura
el análisis de las diferentes aristas del problema de la concentración. Por ejemplo, al constatar que la cantidad de horas de producción propia de los canales de aire del interior supera a la de los canales metropolitanos, lo que implica una gran potencia productiva que se dispersa en una multiplicidad de actores en un mercado de pocos y añejos jugadores.
Los altos índices de concentración económica y geográfica de la industria cultural argentina, que se nuclea en un puñado de empresas nacionales y transnacionales, no se comprueban en otras actividades como el turismo cultural, las fiestas populares, las bibliotecas, la preservación patrimonial y las actividades comunitarias, que poseen una capilaridad a nivel territorial que alcanza inclusive las zonas donde se manifiestan los bolsones de necesidades básicas insatisfechas.
Aquí el Atlas echa luz sobre otra tensión muchas veces subestimada.
En el Gran Buenos Aires, el aglomerado urbano más grande del país, la presencia de bolsones de pobreza no sólo se mide en cuanto a ingresos, sino también en cuanto a acceso a bienes y servicios culturales. El déficit de espacios e industrias culturales como factores de inclusión y desarrollo se combina allí con una baja incidencia de la cultura comunitaria. De este modo, en los cordones pobres y densamente poblados que rodean la Ciudad de Buenos Aires, el acceso a la cultura no encuentra canales suficientes a través del mercado ni tampoco al amparo de las identidades tradicionales y la organización comunitaria, presentes de manera palpable en las pequeñas localidades del interior del país.
Sobre esta compleja realidad, se sobreimprime además el despliegue cada vez más activo del Estado nacional para reducir la brecha que se juega entre el centro y la periferia, entre la industria y la cultura comunitaria, entre lo extranjero y lo nacional, entre las pymes y el mainstream.
La sanción de la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, la Televisión Digital Abierta, los concursos del INCAA , el desarrollo nacional del MICA y los PreMICA regionales, entre muchas otras acciones, apuestan a federalizar las producciones culturales.